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Novela.

No tengas miedo. Introducción.

Me presento. Mi nombre es Alison. Tengo 17 años, para 18. Me crié en una familia de poco dinero. Poco después, nos tocó la lotería, demasiada buena suerte para una familia como la mía. Con el tiempo nos hicimos millonarios. Nunca fui de esas chicas que se interesaron por el dinero, por mucha ropa que me comprase mi madre... Nunca seré fan de la riqueza. Soy una chica tímida, algunos me toman por una niña mimada por tener una familia rica. Tengo novio, o creo que así se puede llamar, se llama Roberto, hace mucho que le conocí. Es de esos, que támpoco se interesan por el dinero. Siempre supe que había algo raro en el. Aveces me evita, pero siempre me dice que me quiere. Le conozco muy bien, pero hay una parte de el que me deja con intriga. No me gusta estar alejada de el. Es más, aveces me produce ansiedad. Es mi ángel de la guardia, el único que me protege. Poco después de conocer a Roberto, mi padre murió de cancer. Fue una muerte muy dolorosa, y que me costó meses superarla. Roberto me apoyaba en todo momento, me acariciaba el pelo, y me agarraba muy fuerte de la mano, me susurraba al oído, y su rostro se mostraba preocupado, pareciese que fuese a llorar. Desde aquel día, Roberto se mostró distante, pero me quiere, y lo sé. En ocasiones, quise tener relaciones sexuales con él... Nunca antes las había tenido con alguien. Ya que nunca he tenido novio, excepto ahora. El siempre se negaba, pero en sus ojos se podía notar el deseo y el fuego entre mezclados. Le deseo, me desea. Y nunca entenderé su forma de ser. Ese misterio... Es lo que me inquieta. Siento escalofríos, es como si me ocultase algo, ¿es que nunca iba a acabar?



No tengas miedo. Capítulo. 1.


—¿Te puedo hacer una pregunta? — susurré.
—Lo que quieras — dijo besándome la coronilla.
—¿Tu me quieres?
Se rió.

—¿A que viene eso ahora?

—No sé, es que... Siempre te muestras distante, es como si no quisieras tener nada que ver conmigo — me aclaré la garganta — yo te amo, y tu no lo demuestras.

—Alison... Tu ahora eres mi vida, y nada me hará cambiar de opinión. Ya sé que no es un concepto... Moderno...

—Lo sé — interrumpí apoyándome en su hombro — solo quería... Asegurarme, solo eso.

—¿Asegurarte? — enarcó una ceja.

—Ya se que no es la palabra adecuada, pero... En fin, dejalo.

Extendió una mano hasta alcanzar la mía y la agarró con fuerza.

—Te amo — dijo besando mi mano.

—No es verdad — repliqué.

Ya sé que parecía una cría, pero era la verdad, estaba harta de que se alejase de mi, y que luego hiciera como si nada.
—Lo digo enserio, parece que no quieras ver la realidad.
—No sé Robert... Desde la muerte de mi padre...   sentí una punzada de dolor en el pecho    Te... muestras... Más distante.
Su rostro era inescrutable.
—Tal vez solo sea tu impresión o lo que quieres que sea.
—¡Yo no quiero eso!   grité.
—¿Entonces? 
—Solo quiero que me digas la verdad, ¿de verdad me quieres?
—De verdad.
—¿Seguro?
—Seguro    me prometió.
Quise decir algo, pero me mordí la lengua. Me beso la coronilla y me agarró la mano con más fuerza. A su lado, me sentía protegida.
—Sabes que yo te amo más    dije.
—No estés tan segura   rió entre dientes.
Me uní a sus risas. Me acurruqué en su pecho.
—¿Quieres irte a casa?    preguntó.
—¿Que te hace pensar eso?
—Nada   dijo mientras acariciaba con su mano libre mi frente.
—¿Sabes? Tu casa a cambiado mucho desde la última vez que vine   murmuré.
—¿A sí?    rió  —Hicimos limpieza general.
—No le vendría mal un poco de limpieza a la mía    reí.
Rió.
—¿Quieres comer algo? Ya es tarde   dijo.
—¡Es verdad! ¿No te importaría que me quedase a comer?
 —¡Claro que no! Mi casa es tu casa.
—Llamaré a mi madre para ávisarla   dije levantándome de un salto.
—Está bien   dijo al mismo tiempo que se dirigía a la cocina.
Cogí el movil de mi bolsillo y marqué el número de mi madre.
—¿Diga?   preguntó.
—¡Mamá! ¡Soy yo! No habrás preparado la comida aún... ¿Verdad?
Rió.
—Claro que no ¿Porqué?
 —Es que Roberto me ha invitado a comer, ¿puedo quedarme? ¡Porfa!
—Mmm... Venga vale, pero no te tires hasta las tantas ¿Deacuerdo?
—Vale ¡Muchas gracias! Te quiero, ¡hasta luego!
—Yo también te quiero cariño, adiós.
Colgué. Me dirigí a la cocina en busca de Robert y enrosqué mis brazos alrededor de su cintura.
—¿Que hay para comer, jefe? — dije con sarcasmo.
Rió.
—Lo que usted desee, señora, ¿desea pizza? — sonrió.
—¡Oh! No estaría mal.
Me uní a sus risas.
—Iré llamando   dijo al mismo tiempo que desenroscaba los brazos de su cintura y me situaba a su lado.
Me quedé con las manos sobre la encimera. Hoy Robert, no era el mismo de antes. Quiero decir, lo es, pero hoy no se muestra tan distante como de costumbre. Me preguntaba a que se debía esto.
Ya estoy — dijo pasándome un brazo por la cintura — llegarán en breves, ¿quieres que pongamos una peli? ¿O la reservamos para cuando traigan las pizzas?
Mmm... Para cuándo traigan las pizzas... ¿Que película es? — quise saber.
Tengo dos. No sabía cual escoger. Ni tampoco sabía cual te gustaría a ti. Son: Niños grandes y Romeo y Julieta.
Mmm... ¿Niños grandes? No sé, ¿prefieres una romántica? Es que Romeo y Julieta me la he visto tropecientas veces... Y...
—Da igual — me interrumpió — Yo también la he visto tropecientas veces — rió — entonces... ¿Niños grandes?
—Niños grandes — sonreí.
Me condujo hacía el sofá y nos sentamos.
—Bueno, ¿que hacemos?   murmuré.
—Lo que tu quieras.
—¿Estás seguro?   pregunté.
—Segurísimo.
Enrollé mis brazos alrededor de su cuello colocándome justo encima de él y estampé mis labios contra los suyos. Me pasó una mano por la espalda, sujetándome con fuerza, con pasión y con firmeza. Poco después su mano libre se colocó sobre uno de mis hombros y así con la otra. Me apartó con cuidado y dijo:
—No, Alison, ahora no.
Suspiré.
—Entiendo... Esta es una de las razones por las que pienso que no me quieres...
Me agarró los hombros con más fuerza.
—Créeme, te deseo, te quiero, y mucho. Pero no puedo, es superior a mi, es...   hizo una pausa    No sabría explicarte.
—No quiero que me tomes tampoco por una guarra, pero te deseo, y te quiero más que a nada en este mundo, y lo sabes.
—¡No te tomo por ninguna guarra! Quiero hacerlo, créeme. Y lo sé, sé que me quieres, pero no se si tu sabes lo mucho que te amo, y lo mucho que te deseo. Más bien no lo sabes.
—Parezco una tonta — dije bajando la cabeza.
—¡No eres ninguna tonta! Solo un poco cabezota, nada más — me acarició con una de sus manos el pelo.
—¡Si lo soy! Me quieres y no me doy la oportunidad de creerte. Confío en ti, siempre confié en ti, pero no... No comprendo como puedo ser tan inútil de no creerte sabiendo que eres el amor de mi vida — sollocé.
—¡No llores! Lo último que quiero hacer, es hacerte sufrir.
 —No eres tú, soy yo la boba que se hace sufrir   dije tumbandome sobre su pecho.
Sonó el timbre. Me apartó con cuidado y se levantó del sillón, me agarró de la mano y me levantó.
—No, no, no pienso ir ahí con estas pintas... Se reirá de mi.
Me ignoró. Me levantó y abrió la puerta. Me escondí detrás de el mientras el pagaba y recogía las pizzas. Cerró la puerta y dejó las pizzas sobre la mesa que había entre el sillón y la televisión. Me sentó en el sillón y se incorporó a mi lado.
—No voy a comer hasta que dejes de sollozar, no eres inútil. Ya sabes que te quiero, y que te deseo ¿Verdad? Pues ya pasó, cálmate, relájate, y pasemos un buen rato.
Tenía razón. Me sequé las lagrimas, sonreí, y dije:
—Gracias.

No tengas miedo. Capítulo 2.


Después de una agradable comida y unas cuántas risas. Me acurruqué a su lado y me dormí al instante. Estaba dormida, pero podía escuchar el latido de su corazón latir regularmente mientras con una de sus manos me acariciaba suavemente el pelo y con la otra acariciaba mi muslo. Me sentía cómoda a su lado, era confortable. Me aferré muy fuerte a su mano como el hizo cuándo llegué a su casa y el me respondió con otro apretón de mano. No me quería despertar, no me quería ir y tampoco quería moverme de allí. Me sentía cómoda, como una princesa, por muy cursi que suene la palabra. Moví mi mano libre y acaricié una de sus manos, la mano que me acariciaba el muslo.

—¿Estás despierta? — susurró.
No contesté.
Se limitó a levantarme el rostro. Me quedé inmóvil. El sabía que estaba despierta.
—Tonta — rió.
Me uní a sus risas y abrí los ojos.
—¡Buh!
—¿Has dormido bien? — murmuró mientras me seguía acariciando el pelo.
—Mejor que mejor — dije mientras estiraba las piernas.
—Te he estado observando todo el tiempo.
—No deberías haberlo hecho, cuándo duermo tengo un aspecto horrible — me pasé la mano por la cabeza y la volví a situar donde estaba.
—Más bien un angelito — rió.
No contesté. Acaricié el contorno de sus labios mientras el me miraba fijamente. Me incorporé en el sofá sentándome encima de él. Le abracé y dije:
—Creo que ya es hora de que vuelva a casa.
—¿Te puedo acompañar? — dijo con esa voz aterciopelada que me acunaba y me llevaba a la inconsciencia.
—Me encantaría — sonreí.
Dejó asomar sus perfectos dientes al mismo tiempo que se incorporaba llevándome en brazos como una princesa.
—Tengo miedo a las alturas — le susurré al oído.
—No exageres — sonrió.
Me dejó en el suelo y sus labios se encontraron con los míos. A los pocos segundos, se despegaron de los míos y me aferró a su lado. Abrió la puerta, la cerró y caminamos con normalidad por la estrecha calle.
—Podríamos quedar mañana en mi casa  — sugerí.
—No estaría mal. Mañana no tengo nada que hacer, así que sí, me encantaría pasar la tarde contigo.
—Y... ¿Porque no también el día? Mis madre se va al zoo, y tampoco es que tenga muchas ganas de ir.
—Me encantaría  — sonrió y me aferró con fuerza la mano.
Sonreí. Tenía muchas ganas de pasar un día entero con el. Más o menos como hoy, pero mucho más largo. Su felicidad, era mi felicidad. Nunca le había visto tan feliz. Me limité a mirar su perfecta sonrisa mientras que él entornaba los ojos para divisar algo. Miré a la dirección donde el estaba mirando con tal inquietud y no vi nada.
—¿Que pasa? — pregunté.
No respondió. Me detuve, pero el siguió andando.
—¡Robert! ¡Detente! — grité.
Pero no se detuvo. Corrí hacía el lo máximo que pude y le aferré la mano con fuerza. Se detuvo y me miró inconsciente.
—¡¿Que demonios está pasando?! ¡Me estás asustando! — grité aún con más fuerza.
Se quedó ahí, inmóvil, con la mirada perdida.
—Porfavor, Robert, porfavor, dime que has visto, ¿que mirabas? — exigí saber.
No hablaba. Su mano cada vez estaba más tensa, estaba helada. Su rostro era pálido como la nieve, y sus ojos negros como el carbón. No sabía que le estaba ocurriendo, estaba totalmente aturdido. Mi corazón latió a un ritmo irregular, me asustaba verle de ese modo. Le toqué el rostro, pero tampoco se inmutaba. Extendí mi mano hacía su pecho, su corazón seguía latiendo y el seguía respirando. Sus labios se arrugaron.
—Robert ¡Porfavor! — hice un grito ahogado.
Una lagrima calló por mi mejilla, pero no me molesté en atraparla. Me abracé a el pensando que por un momento le perdía. No sabía que estaba ocurriendo. No sabía que estaba pasando. Empecé a gemir.
—Robert, Robert, Robert, Robert ¿¡Porqué!? — susurré una y otra vez.
Entonces, una de sus manos me tocó la espalda. Dí un salto y me aparté para mirarle a los ojos. Los entrecerró y me miró aún inconsciente. Sus labios volvieron a la normalidad al igual que su piel, sus ojos y la temperatura de su piel.
—¡Robert! — me abracé a el. 
—Alison... — susurró — ¿Que ha pasado?
—Eso me lo dirás tu — dije al mismo tiempo que me apartaba cuidadosamente de él — te quedaste mirando a la nada y derrepente, te quedaste aquí, quieto, como una estatua, ¡que susto me has dado! — le volví a abrazar.
—No... No... No se... No se que decir — susurró en un sonido apenas audible.
Me aparté de el.
—¿Como que no sabes que decir? — pregunté.
—Olvidaló... No sé si quiera que ha pasado. Llevo así unos días, mis padres empiezan a preocuparse por mí, y tu también, no sé que me está pasando, no entiendo... — dejó la frase en el aire.
—¿No entiendes qué?
—No sé... Es que... Estoy empezando a asustarme... — bajó la mirada.
—Todo ira bien — aseguré. Pero la duda corría por todos los recovecos de mi mente — primero tienes que recordar que viste. Solo eso, vete a casa, puedo ir sola.
—No, iré contigo. Tengo que estar a tu lado. Quiero estar a tu lado.
—No veo el porque. Yo también quiero estar a tu lado, pero tienes que descansar, y pensar que has visto, si pasase cualquier cosa, porfavor, llámame. 
—Deacuerdo. Cuídate, no dejes que nada, ni nadie, te haga daño  — dijo al mismo tiempo que se daba la media vuelta.
Quise preguntarle que quería decir, pero no tuve oportunidad de hacerlo. Caminé en línea recta hacía mi casa, pensando una y otra vez que querría decir. Llegué a la puerta de mi casa y la abrí con cautela. La cerré y subí las escaleras.
—Hola cariño — saludó mi madre.
No contesté. Me encerré en mi habitación y me tiré en la cama, a pensar. Estaba convencida de que algo raro le estaba pasando a Robert ¿Pero qué? El dijo que llevaba unos días así. Sus padres empiezan a preocuparse. Seguramente, sus padres puedan explicarme que está pasando. Tal vez... Si pudiese hablar con ellos... No... No estoy segura de sí sería un poco precipitado. Antes quiero saber que vio, quiero que me explique si el sabe algo de lo que le está ocurriendo, o tal vez me esté ocultando algo. Pensar y pensar no me dará nada a cambio... 
El teléfono sonó. Rebusqué en mi bolsillo y me llevé el teléfono a la oreja con la esperanza de que fuese Robert.
—¿Diga? Robert ¿Eres tú? — pregunté.
—¿Quien eres? — dijo una voz grave y entrecortada.
—... ¿Quien eres tú y porque has llamado?
Colgó.
Un escalofrió recorrió mi columna. Apagué el teléfono. No quería más llamadas. Estaba claro, que algo estaba pasando aquí.

No tengas miedo. Capítulo. 3.



—¡Cariño a comer!  — escuché gritar a mi madre desde abajo.
Me había quedado dormida. Me incorporé y bajé las escaleras. Me senté e hinqué los codos sobre la mesa. No tenía ganas de comer. Esa llamada me había quitado el apetito.
—Cariño, ¿por que no comes?  — preguntó mi madre preocupada.
No quería contarla la verdad. Pero aun así, se la conté, lo necesitaba, aunque no conté toda la verdad.
—He recibido una llamada de alguien anónimo — el mismo escalofrío recorrió de nuevo mi columna.
—Mmm... ¿No miraste el número?
—No, no me molesté en ello. Me llamó, y preguntó quien era yo. Su voz no me era familiar.
—Dame el teléfono — exigió mi madre.
Hurgué en mi bolsillo y le tendí el teléfono. Lo cogió y se puso a rebuscar el número del señor que me había llamado.

—¡Wow! — exclamó mi madre. 
—¿Que pasa? — pregunté horrorizada.
—Mira — giró el teléfono para que yo pudiera ver. 
No había ningún teléfono, tampoco ponía si era un número desconocido. Estaba absolutamente en blanco.
—Alucino — me pase la mano por la frente.
—No le des más vueltas — apagó de nuevo el teléfono y lo dejó sobre la mesa. — Pero si alguna vez te vuelve a llamar, avísame.
Asentí. 
Empecé a comer, pero al mismo tiempo seguía dándole vueltas al tema. Ahora tenía dos problemas. Preferiría cerrar los ojos y que todo esto no hubiese sucedido. Aunque puede ser... Que esos dos problemas solo sean uno. Es decir, recuerdo la frase de Robert con total exactitud: No dejes que nada, ni nadie, te haga daño. Ahora todo encaja. Me levanté de la mesa y salí a toda prisa por la puerta. Corrí y corrí hasta que se me quemaron los pulmones. Llegué a casa de Robert y dí dos golpes sobre la puerta.
—¿Alison? — preguntó extrañado.
—¿Quien va a ser si no?
Entré dentro como quien no quiere la cosa y le obligué a sentarse.
—¿Me puedes explicar que querías decir con: ¿No dejes que nada, ni nadie, te haga daño? — me crucé de brazos.
Se quedo mudo.
—Se perfectamente lo que quieres decir con eso, Robert, no te pienses que soy tonta — mantuve el tono sereno — sé que quieres protegerme de algo, Robert.
Su rostro se volvió pálido.
—¡Sabes perfectamente lo que estoy diciendo! ¿Verdad Robert? — alcé la voz.
Asintió.
—¿Podrías hacer el favor de explicarme de que quieres protegerme?
—De mí. — hizo un gesto de dolor.
Me inmovilicé... ¿Porque de él? Me pregunté una y otra vez ¿Que quiere decir? Esas dos preguntas inundaron mi mente.
—Siéntate — me ordenó.
Me senté a su lado. 
—...Esta mañana... Junto con esta tarde, claro... Me viste más feliz de lo habitual... ¿Verdad? — preguntó.
—Sí. — respondí.
—Pues bien. Estaba fingiendo.
No contesté. Estaba atónita.
—Soy un mounstruo, Alison.
—Estas de guasa ¿Verdad? — hice una risa forzada.
—No sabes lo que me duele decirte esto.
—Ahora mismo, te juro que podría desmayarme — dije.
—No lo hagas. Tengo mucho que contarte — me agarró la mano con indecisión.
Mi rostro se volvió pálido. Pálido como la nieve.
—Tranquilízate, porfavor — me pidió.
Asentí una vez.
—Mira... — me apretó la mano con más fuerza — Unos días antes de la muerte de tu padre... — hizo un gesto de dolor — maté a alguien.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
—A... A... ¿A... A quien mataste? — conseguí decir.
—A una persona a la cual no conocía, Alison. Soy un monstruo. No se como ocurrió, solo se que en cualquier momento podría matarte.
—Esto es imposible — moví la cabeza de un lado a otro.
—Eso pensaba en un principio. 
Le abracé. 
—Que sepas, que yo siempre te querré, pase lo que pase — le aseguré.
Me apartó con cuidado.
—Alison... Antes de nada, tengo que decirte una cosa.
—Dime — tragué saliva.
—Hoy... Recibiste una llamada... ¿Verdad?
—Sí...
—Eso te hizo reaccionar y saber que pretendo, ¿verdad? Protegerte... — Suspiró — sé quien te llamó...

La sangre me huyó del rostro.
—¿Qui...
Sonó el timbre.
Robert se levantó. Le aferré la mano con fuerza.
—¡No! ¡No abras! ¡A saber quien podría ser! — grité asustada.
—Alison. No dejaré que nada, ni nadie te haga daño, confía en mí.
Asentí.

Se dirigió a la puerta y la abrió con indecisión. Los dos suspiramos de alivio.
—¿Esta aquí mi hija? — preguntó mi madre preocupada.
—Sí, está aquí, ¿quiere pasar?
—No, gracias, ¿podrías decirla que no tarde en venir a casa? Te lo agradecería mucho.
—Claro, no se preocupe.
—Muchísimas gracias. Hasta luego.
—Denada, hasta luego.
Cerró la puerta y se dirigió al sillón para sentarse a mi lado.
—¿Y bien? ¿Podrías decirme quien me llamó?
Exhaló una gran cantidad de aire.
—Era... Uno de los míos, Alison.
Me quedé inmóvil. Con las manos sobre las suyas y con el rostro pálido, ¿que quería decir con: uno de los míos?
—¿Alison? — me apretó las manos con fuerza y entonces reaccioné.
—Pero... ¿Que quieres decir con: uno de los míos? — quise saber.
—Otro mounstruo. Como yo, Alison.
—¿Pero sabes como se llaman esos "monstruos"? — pregunté aún aturdida.
—No tengo ni idea. No sabemos ni que somos, ni como nos convertimos.
—Es... Extraño... Porcierto... ¿Donde están tus padres? — pregunté intentando cambiar de tema.
—¿A que viene eso ahora?
—Me... Resulta extraño que no estén a estas horas.
—Oh, dijeron que vendrían más tarde.
—Bien... ¿Sabes? La llamada de tu amigo fue algo fuera de lo normal. Me preguntó quien era, y fue el el que me llamó — bajé la mirada sin dar crédito a todo lo ocurrido.
—Ah... Supongo que se volvió loco. Nos suele pasar. Solo que a mí, rara vez.
Me reí forzadamente.
—Prométeme que a pesar de todo lo que ha pasado permanecerás siempre a mi lado.
—Te lo prometo — dijo apretándome con más fuerza las dos manos.
Sonreí.
—También... Quería saber que viste esta tarde, ya sabes, cuándo me ibas a llevar a casa.
—Ah... Eso... Mira. Es extraño, pero llevo viendo la misma cosa días y días. Es una mujer. Una mujer que me mira, y me sonríe — hizo una risa forzada — aparece cuando menos me lo espero. Lleva un vestido negro hasta los tobillos, lleva un bolso blanco con una pamela negra en la cabeza...
—Que raro... Tenemos que averiguar que te está pasando. Yo nunca creí en lo paranormal, pero confío en ti, y se que no me engañas.
—Lo conseguiremos — me aseguró.
—Tengo otra duda... ¿Por que el teléfono de tu amigo no se leía? Quiero decir, no salía ni que fuese un número desconocido, ni nada, si no todo en blanco y...
—¿¡Qué!? Eso es imposible — exclamó aturdido.
—¿Por qué te sorprende tanto? Tal vez al estar loco... Tocó algo, y... No sé, quizá... Podría ser...
—No estoy seguro Alison... 
— me interrumpió — Alomejor no era el... Pero el me llamó, y me dijo que te llamó a ti inconscientemente sin ni si quiera saber tu número. Es raro que te llamase sin si quiera saber tu número, pero lo hizo, y me lo dijo...

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